lunes, 8 de octubre de 2007

ZAPATOS BAJO LA CAMA




Ana era una adolescente de ya pasados los treinta años, bonita, inteligente, inocente y, siempre pensando en su profesión, había descuidado su futuro en el amor.
Vivía sola desde hace unos años; cuando vio que la relación con sus padres ya no daba para más, decidió alquilarse un departamentito chico pero lo suficiente cómodo para ella y su gato Manuel, sus plantas y su desorden, su decoración rústica y su tablero de dibujo. Sus días eran comunes, sin muchos sobresaltos, de su casa al trabajo y del trabajo a su casa, salvo cuando de tanto en tanto hacía algún curso para romper la rutina.
Varios novios pasaron por sus brazos, varios hombres propusieron todo lo que una mujer podía desear, pero para Ana ninguno llegaba hasta su alma; ella pensaba que el compañero de su vida, pareja, esposo, amante, (mucho no le importaba el nombre que la sociedad le pondría), tendría que tener un alma con la ternura y la energía que necesitaba para poder brillar y sentirse bien, en fin, un alma con luz especial.
Siempre, y después de cada fracaso, Ana añoraba lo que había sentido de chica que le había hecho resplandecer el alma!. Había sido con Juan, un amigo de un amigo, que le habían presentado en una fiesta de gala en la época de secundario; se habían enamorado mutuamente, habían recibido un flechazo al cruzarse sus miradas. Se cruzaron en cumpleaños, fiestas, salidas y luego de varias veces de compañía habían logrado comenzar a salir solos. En esa edad, las cuestiones del amor tardaban días, semanas o meses, dependía de la osadía o la vergüenza de ambas partes. Nunca quedó claro el vínculo, pero a Ana no le importaba, lo que ella buscaba era sentirse iluminada y sentir cada día el flechazo en su corazón. Abrazos interminables, caricias cobardes, besos tímidos, ganas de olvidarse de todo y estar fundidos en sábanas de seda (solo en los pensamientos de ambos); todas esas sensaciones revoloteaban cada vez que Ana se encontraba sola. La imaginación de ambos llegaba al infinito con el despertar de las hormonas adolescentes, pero sus cuerpos tímidos sólo se atrevían a respetarse y acumulaban ansiedades y deseos. Tal vez, Ana llevaba esa sensación en el alma y por eso su inconsciente siempre la inducía a recordarlo y cada hombre con el que estaba no dejaba de compararlo con Juan. Juan tenía “eso” que no encontraba en ningún otro.
El tiempo que estuvieron juntos fue poco pero muy intenso. Cada encuentro colmaba de magia sus días y llenaba de ansiedad sus noches. Nunca Ana se animó a pedirle que le enseñara a ser mujer, ni Juan se animó a hacerle caso a lo que las caricias de Ana le pedían. Eran dos adolescentes sin animarse a entregar su cuerpo en el amor. Tal vez por eso Ana ya no recordaba bien cual había sido la causa; el amor y el deseo controlado y desbordante a la vez que parecía brillar entre ambos se esfumó, o quien sabe por qué, lo dejaron esfumar. Seguramente por no animarse a hacer realidad todos los deseos. Ana no recordaba si fue de golpe o de a poco, lo cierto es que habían perdido el contacto allá por los 17 años.
Una tarde de domingo la lluvia rebotaba en la ventana y Ana se sentía sola, entonces decidió llamar a su amiga Magda para pasar la tarde entre charlas y té con facturas, sentía la necesidad de conversar y sacar de su interior varias cosas que le incomodaban. Siempre confiaba en Magda, era su amiga desde hace muchos años y tenían la suficiente confianza como para contarse todo, aún lo más privado. Magda era la única que sabía de los deseos reprimidos de Ana; siempre le contaba sus aventuras con el novio de turno y Ana la escuchaba con atención como queriendo aprender algo de las osadías de su amiga.

Cerca de las cinco sonó el timbre de la puerta y Magda entró con un ramo de margaritas amarillas y una docena de medialunas rellenas de crema pastelera, las preferidas de ambas. Acomodaron la mesita ratona con lo necesario para el ritual del té, pusieron música tranquila y luego de acomodar las margaritas en el florero de vidrio se sentaron para conversar. Ana se desahogaba contando la monotonía de su presente y Magda escuchaba con toda la atención de una intensa amistad. Los problemas que planteaba Ana eran comunes y sencillos para el punto de vista de Magda, todo siempre daba vueltas en torno a la falta de valentía para lanzarse a cambiar su vida con respecto al amor y así caer en la monotonía de sus días y sus amantes de turno. Los años seguían pasando y Ana no encontraba en ningún hombre la magia que había sentido con Juan. Para Magda la solución era muy fácil y siempre este tipo de conversaciones terminaba con la misma conclusión: “el reencuentro de Ana con Juan”; así, Ana volvería a tener la magia que él le sabía regalar, o, si todo era una simple imaginación, caería en una fuerte angustia y depresión que al fin y al cabo no sería muy distinta del sufrimiento que sentía cada vez que se acordaba de Juan.
Las palabras de Magda le daban a Ana un gran empujón para rastrearlo y poder reencontrarse con él después de tantos años, pero se espantaba ante la posibilidad de que todo existiera sólo de su lado y que al levantar el teléfono Juan ni se acordara de ella.
Ana comenzó a pensar en la posibilidad de aquel reencuentro...
Pasaron varios días meditando, consultando a Manuel (su gato), pensando distintas posibilidades de reencuentro, frustrados o no, las maneras de comenzar el diálogo telefónico, de buscar excusas para tal llamado. Lo que mas le angustiaba era saber cual iba a ser la reacción de Juan una vez que levantara el teléfono.
Cuando Ana tomó la determinación de buscarlo y llamarlo, inmediatamente antes de que su impulso se arrepintiera, llamó a Magda para comentarle su decisión. Con calma y sorpresa Magda la alentó para que no perdiera ese impulso que nacía de su alma; le preguntó si quería que la ayudara a encontrarlo, pero Ana haciendo alarde de valentía lo quiso hacer sola.
Buscó tranquilamente, disimulando la ansiedad, el nombre en la guía de teléfonos... Era muy difícil, su apellido figuraba en todas la columnas desde la página 988 hasta la 1004 y llevaban su nombre 14 ó 15 columnas. Mientras buscaba, casi sin leer, pensaba que podría no figurar en la guía y entonces la búsqueda sería en vano. Dónde encontrar entonces el teléfono de Juan; era obvio que el que figuraba en las agendas de la adolescencia ya no correspondía. Tal vez, ya se habría mudado varias veces desde entonces. Tal vez no sería mala idea intentar... quizás sus padres, si es que aún vivían, seguían viviendo en la misma casa.
Ana comenzó a poner a prueba su memoria, trató de recordar el teléfono que figuraba en la vieja agenda de la adolescencia, hizo no mucho esfuerzo y surgió un número; con los ojos llenos de ansiedad fue a corroborarlo. Sí, era el mismo, su memoria no había fallado después de 20 años.
Decidió llamar... dudó... pero con los dedos temblorosos marcó el número. Bingo! Fue la madre de Juan con su voz apagada con los años que respondió, y sin reconocerla le contó que se había mudado lejos ya hace varios años; medio dubitativa tomó el teléfono de Ana para pasárselo a su hijo; ella lo repitió por las dudas la ancianidad de la mujer le jugara una mala pasada. Le agradeció el gesto y cortó.
Ahora Ana debía luchar contra la ansiedad y la paciencia, debía esperar a que sonara el celular y a dejar que la vida hiciera lo demás. Por las dudas decidió no apagar el celular a la noche, ni cuando las baterías se cargaban, no sea cosa que Juan llamara y no le contestara nadie o atendiese el contestador.¡Qué horror!
Según pasaban los días, se sentía desilusionada al ver que el teléfono no sonaba y por momentos se arrepentía de lo que había hecho, pero por otro lado, pensaba que nada tenía por perder. Se imaginaba situaciones como, por ejemplo, la madre de Juan diciéndole que lo habían llamado y no recordaba quien, o pasándole el número sin avisarle que era el de Ana o dándole un número con el orden cambiado, o a Juan recibiendo el número y arrojándolo a la basura para que su esposa (si tenía) no lo viera, o recibiendo el dato como algo sin importancia. Todas las posibilidades eran válidas ya que no sabía si Juan era casado, separado, gay, o vaya a saber cuantas situaciones más; la madre no había dicho nada en la corta conversación, como cuidando a su niño de las garras de una fiera. Ana sólo tenía que esperar.
Y Ana esperaba...
Varias veces Magda la llamaba para saber si tenía alguna novedad y Ana le cortaba enseguida por miedo a ocupar la línea, no sea cosa que Juan justo estuviera llamando!

Juan era soltero, vivía sólo, y no hace mucho se había recibido de médico. Sus días pasaban de hospital en hospital y sus noches, en las que no tenía guardia, las usaba para descansar. Casualmente para Juan los estudios no le habían dejado lugar a su vida personal y la vida en pareja no había sido una buena experiencia para él. Convivió un tiempo con una compañera de la facultad mientras estudiaba el cuarto año, pero fueron más los problemas cotidianos que los beneficios para su alma. Entonces dejó que la vida se encargase de encontrarle compañera más adelante.
Un día de guardia en el hospital, Juan recibió un mensaje de su madre en el contestador, (la mujer entrada en años había pasado los números en el correcto orden y con el nombre preciso), sintió un fuerte escalofrío en su espalda y la sensación de las mismas hormonas de la adolescencia encendiendo nuevamente su interior.
Dejó pasar unos días para poder entender como un simple mensaje de su madre le había hecho cambiar íntegramente las sensaciones de su cuerpo y tratando de razonar lo que sentía, con un poco de curiosidad y temor intrigante, decidió llamar.
-¿Ana?- (ella sin dudar reconoció la voz dulce de Juan después de casi 20 años).
-Juan.... (con un alivio que le estremecía el cuerpo).
Comenzó entonces una conversación en la cual parecía que los años no habían pasado, los dos se enamoraron nuevamente y como si no hubiera que explicar nada se dejaron llevar. No hacía falta un porqué, ellos estaban juntos otra vez. Decidieron entonces comenzar de nuevo. Pusieron como punto de encuentro el lugar donde se habían visto por primera vez en aquella fiesta de la secundaria.
-¿Te acordás?... Después de hacer un poco de memoria y dando a entender que sí lo recordaba Juan respondió:
-Te espero mañana, sentado en la vereda de la estación en la misma posición o puedo esperarte en el restauran que inauguraron enfrente?
-¿Cómo se llama el restauran? preguntó Ana
-Nicanor, o algo parecido. ¿A las 9 de la noche está bien?
-No se cómo voy a hacer para esperar hasta mañana! dijo Ana con las palabras que se le escaparon de su boca. (si lo pensaba, no lo hubiera dicho)
Sin más para conversar, se despidieron hasta el día del encuentro.
Ana con el corazón palpitando fuertemente, sintió brillar su alma nuevamente. Para Ana no importaba nada más, todos los temores del reencuentro se habían desvanecido. Juan recordaba todo igual que ella, se sentía satisfecho, la vida le había devuelto las ganas de estar con alguien, de dormirse abrazado sin pensar en nada más.
No hubo demasiado tiempo para manejar las ansiedades ya que faltaba tan poco para verse...
En la mañana, Ana despertó antes que el despertador sonara (igual que Juan). Juan al llegar al hospital, lo primero que hizo fue cambiar con otro médico la guardia de la noche y Ana llamó a Magda para contarle la novedad. Ambos comenzaron con la rutina de todos los días pero con la diferencia que en el alma llevaban un cosquilleo especial.
Ese día, Ana salió antes de su trabajo, decidió pasar por el centro para comprarse ropa, algo especial para el encuentro, ni muy clásico ni muy provocativo, pero sí, que pareciera sexy. Llegó a su departamento, saludó a Manuel y se dio un baño de inmersión, se vistió con su ropa recién comprada y salió decidida a reconquistarlo, aún sin saber su estado civil.
No pudiendo contener las ansiedades llegó un rato antes de la hora acordada y se encontró con una mesa reservada a su nombre donde brillaba una vela y una rosa roja esperándola sobre el plato. Juan, recordando su impuntualidad para las citas, la esperaba en la otra punta del restauran, quería verla llegar. La observó sólo unos minutos, vio como ella se sentó tímidamente, se quitó el abrigo, tomó la rosa y la posó en sus labios como deseando aquel encuentro. Entonces no aguantó más y fue a su encuentro. Ana se paró, se miraron unos segundos como no sabiendo como saludarse y al mismo tiempo los dos se fundieron en un abrazo lleno de energía. Interminable.
No sabían como comenzar, tantas cosas tenían para contarse... Cenaron, y con varias copas de vino conversaron hasta la madrugada. Las miradas de ambos se atrevían a pedir más y las caricias que sólo las manos recibían sobre la mesa, los llevó a irse de ese lugar. El restauran estaba vacío pero la vela seguía encendida. Entonces decidieron irse. Ana llevaba la rosa en la mano y Juan las ganas de amarla para siempre.
Ana le ofreció ir a su departamento, tal vez las copas de vino que había tomado le aportaron una cuota de osadía. Juan detuvo su paso, posó una mano sobre la mejilla de Ana y acariciándole sus cabellos la besó, un beso tímido pero cargado de emoción. Se detuvo un instante para mirarla con los ojos llenos de amor. Todas las palabras que en el restaurante sobraban para contarse los años que estuvieron separados ahora no aparecían, el silencio lo decía todo. Sólo los dos se miraban y con eso bastaba para darse cuenta que se deseaban como cuando eran adolescentes, pero esta vez, ni la vergüenza ni el respeto les impedía amarse.
Al llegar al departamento, Ana prendió unas velas, puso música tranquila y ordenó algunas cosas que estaban tiradas por ahí; Juan miraba todos sus movimientos y cada vez la deseaba más. Abrieron una botella de champán y con las mismas ganas de los dos adolescentes que una vez no se animaron, se amaron en silencio. El sol de la mañana que entraba por la ventana los encontró abrazados y con la paz de sentirse protegidos por un amor sincero.
A los pocos días, Manuel tuvo que aprender a convivir, aparte del desorden de Ana, con los zapatos de Juan bajo la cama.
BAMBU

No hay comentarios: